sábado, 18 de julio de 2015

El modelo

Tengo una amiga modelo. Se llama Miranda. Si voy con ella al lado podría ser el terrorista más buscado sobre la faz de la Tierra que nadie se fijaría en mí. Como mucho obtengo una mirada de "cómo puede éste ir con esa escultura".

Dicen sus amigas que con ella no se admiten comparaciones y que da un poco de pena ver a todo el mundo babear sin ojos para nada que no sea Miranda. Sí, dicen, se acercan muchos chicos, pero es imposible que nadie ligue, Miranda porque no le interesa y sus amigas porque se devalúan en la comparación.

Para mí, el problema de mi amiga Miranda es que, aunque yo la quiero mucho por motivos que no vienen al caso, es tonta. De físico, un diez, pero no puedes aguantar con ella más de un rato, porque te deja el cerebro exprimido de estupideces.

Ayer estaba en un comercio... venga, en un bar, y dos taxistas hablaban del tipo de turismo que hay en Gandía. Coincidían en que la mitad de su negocio lo suponen los "borrachos" de fin de semana. Coincidían en que lo importante es que se usen los taxis y no quién los coja. Un vómito, uno que se va sin pagar, uno que se duerme, otros que se pasan de graciosos, compensan por los dividendos que van dejando.

La conversación entre los taxistas se prolongó un rato. Parecían discutir pero los dos decían lo mismo.

Un poco harto, comenté que tal vez otro tipo de turismo traería, si no más, mejores clientes. ¿Qué turismo sería ese?, preguntaron. "No sé, dije, familiar o de congresos..." Aún oigo la risotada.

Les dejé hablando de lo buenos y malos que eran los turistas de discoteca. Me sentí como cuando voy con mi amiga Miranda. Es estúpida sí, pero tiene buenas curvas y hay quien no sabe ver más allá. Los borrachos no son buenos clientes, no, pero hoy por hoy son los que se suben al taxi.

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